McLaren, Chiquita Brands
y la ética multinacional
Carlos Córdoba Martínez
| Los seguidores de la Formula Uno salieron de dudas sobre el futuro del prestigioso equipo inglés esta semana cuando el "riguroso" Consejo Mundial de la FIA (Federación Internacional de Automovilismo) decidió expulsar al equipo de la temporada 2007 e imponerle una multa de 100 millones de dólares. Este castigo fue forzado por los medios, luego de una primera sanción de la FIA que se limitaba a afirmar que McLaren había violado el código de ética de la Formula Uno, decisión que por supuesto no había dejado contento a nadie. El castigo no deja de ser paradójico, en últimas no se indagó a fondo si McLaren utilizó la información robada a Ferrari en el mejoramiento de sus bólidos, lo importante era no desatar un escándalo mayor, dejar al ofendido tranquilo, no restarle emoción al campeonato, ya que eso podría tener consecuencias publicitarias y por ende económicas, y de paso recoger un poco más de dinero para los dueños del campeonato. En últimas la conclusión: no importa lo que hagas, puedes robar, plagiar, dañar, lo importante es que nadie se de cuenta, y si alguien se entera lo importante es tener dinero para pagar a la justicia.
Un caso parecido, aunque mucho más grave, acaba de suceder con la Empresa Chiquita Brands. La multinacional bananera financió durante varios años a grupos paramilitares en Colombia. Los aportes de Chiquita a las "causas" paramilitares llegaron a casi dos millones de dólares. Lo paradójico en esta ocasión es que con este dinero los paramilitares financiaron el asesinato de cientos de personas entre otros sindicalistas de esta y otras empresas del país, sin embargo los ejecutivos de Chiquita argumentaron que tuvieron que pagar la extorsión para "proteger la vida de sus empleados". El caso de Chiquita está lleno de peculiaridades en lo que al férreo espíritu antiterrorista norteamericano se refiere. En abril de 2004 ejecutivos de la empresa sostuvieron una reunión con funcionarios del Departamento de Estado donde entre otros se encontraba Michael Chertoff, hoy Secretario de Seguridad Interna, quien ante la confesión de la empresa, nunca les señaló que deberían dejar de hacer los pagos, nunca inició una investigación o denuncia formal y sólo se limitó a decir que el caso era grave y que luego hablaría con ellos.
El caso es que todos los males están hechos y los arreglos benefician a otros. Con el dinero de Chiquita se financiaron cientos de crímenes en Colombia. De ese comportamiento tuvo conocimiento el Gobierno de los Estados Unidos desde abril de 2004 y nunca hizo nada. Gracias a estas dos colaboraciones se logró que por ejemplo en el 2006 de 144 sindicalistas asesinados en el mundo 78 hayan sido en Colombia. La decisión de continuar en Colombia y de seguir haciendo los pagos no fue una imposición, fue el resultado del viejo cálculo costo vs. beneficio, que saca rápidamente de apuros a la ética empresarial moderna. Si sales ganando hazlo, no importa el costo, parece ser el imperativo categórico empresarial. Por eso, salvo contadas excepciones, los compromisos multinacionales por mejorar las condiciones de vida de la gente, por luchar contra el calentamiento global, por acabar la corrupción en lo público, no dejan de ser simulacros éticos que se amoldan al imperativo de la ganancia.
Lo más importante para la FIA es que la Formula Uno siga siendo la máquina de producción de dinero que es hoy, lo más importante para Chiquita Brands y de suyo para las instituciones del gobierno norteamericano que se enteraron del asunto, es que las ganancias de la empresa se sostengan; a su vez lo más importante para el juez es que la empresa entregue 25 millones de dólares, no a los familiares de las víctimas, ni siquiera al gobierno colombiano, sino al sistema de justicia de los Estados Unidos. Ningún ejecutivo será llamado a juicio y nuestros pintorescos funcionarios de justicia en Colombia se quedarán esperando que el tratado de extradición funcione en doble vía y así como les enviamos narcotraficantes y guerrilleros, ellos nos manden ejecutivos patrocinadores de asesinos. Parece que en Colombia hasta esos canjes están condenados a fracasar.
Publicado en el semanario Peripecias Nº 66 el 19 de setiembre de 2007. Se permite la reproducción del artículo siempre que se cite la fuente. Licencia de Creative Commons con algunas restricciones. |
Rodrigo González Fernández
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A finales de los años noventa el canal de cable Warner Channel emitió "La Femme Nikita", una remake televisiva exitosa de la película homónima francesa. La serie de televisión tenía como protagonista a Nikita, agente de una delegación secreta del gobierno que peleaba contra el terrorismo. Lo llamativo de este programa fue que la agencia se manejaba sin usar papel. Ni una hoja impresa, ni un recado, ni un almanaque, ni una resma. Nada de papel. Obviamente, la carencia de este elemento se suplía con equipos de alta tecnología que aún son difíciles de encontrar por estas latitudes.
Recientemente, el semanario sobre Responsabilidad Social Empresaria, Comunicarse, publicó la noticia de que la empresa japonesa Ricoh creó la "primera oficina sin papel" del mundo (
Quizás en nuestros países esta transformación demore un tiempo más en arraigarse. De todas maneras, me tomo el atrevimiento de reproducir a un colega que recientemente comparó al movimiento de la RSE con el "efecto mariposa". Los grandes cambios se originan con pequeñas acciones. El famoso granito de arena, esa pequeña acción que puede tornarse en disparadora de actitudes similares, que puede hacer que otras personas se contagien con la idea y la repliquen alrededor del mundo. De eso se trata la RSE: de mejorar las comunidades en donde vivimos. Si todos hacemos algo, las cosas pueden cambiar.
La oficina sin papel es un sueño que no puede pensarse sin la existencia de equipos informáticos que suplementen algunas formas de comunicación: Internet, Intranet, software especializado. Pero no sólo eso, las personas deben poder y saber cómo utilizarlos. La cuestión de la amplitud de la brecha digital que afrontamos entrado el siglo 21 es un tema por demás complejo y sería reduccionista limitarlo a este análisis. Sin embargo, las empresas pueden constituirse como agentes de cambio a la hora de afrontar este problema, mediante pequeñas acciones que involucren a las comunidades en las que se desarrollan: donando equipos usados, brindando clases de informática en escuelas con pocos recursos, transfiriendo conocimiento, capacitando a sus empleados, en definitiva, incorporando más personas al mundo digital. Además, pueden comenzar viendo la manera de optimizar mecanismos internos para que sean más amigables con el medio ambiente.
Cecilia Sánchez